27 nov 2012

¡Se armó el Belén!

A tan solo un mes de la celebración del nacimiento del hijo de Dios, el cabeza de la Iglesia cristiana habla. ¡Menudo revuelo se ha montado! Resulta ser incierto que Jesús de Nazaret naciera entre un buey y una mula. Y, a partir de ahora. ¿qué haces? ¿Conservas estas figuras o las descartas del pesebre? Entonces, piensas en cómo será recorrer las calles de Madris, ojeando los Belenes; pero sin estos dos singulares animales. O la sensación de construir el Belén y, ante tu reflejo de colocarlos donde siempre han estado, tener que decidir entre tres opciones: ponerlos en su lugar; guardarlos como recuerdo; o, la medida más drástica, tirarlos al cubo de la basura.

Cuando expones tu tricotomía a tu familia, para formar un juicio definitivo sobre ello, llega tu hermana y exclama: ¡y qué pasa con los villancicos! Y comenzará a cantar, para hacer hincapié en su duda: "Entre un buey y una mula, Dios ha nacido...". Y tu indecisión sigue sin resolverse.

No obstante, las repercusiones de aquella afirmación eclesiástica son mucho más trascendentales. Sitúate en la cena de Navidad. Todo un emperifollado tumulto se reúne en tu casa. La comida y la bebida se amontonan, tu madre ha cocinado para alimentar a cuatro equipos de fútbol. Sentado en derredor de la mesa, hablando del año que ha pasado e intentando barruntar lo que vendrá en el siguiente. Justo en ese momento, tu querida hermana menos introduce un CD en el equipo de música. El pánico se dibuja en tu cara: no quieres que se forme el caos. Empero, ya es demasiado tarde para evitarlo. El villancico resuena en todo el edificio y, uno de tus tíos, comienza el debate. Sin embargo, ocurre lo de siempre: el coloquio se transforma en una asonada. En ese preciso instante, es cuando se arma el Belén de verdad.

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