17 nov 2012

Unas mentes prudentes

Las mujeres, siempre tan prudentes en todos los aspectos. Aunque es una de las virtudes cardinales, en las féminas se puede convertir, rápidamente, en un vicio. Como dirían los más mayores: ellas piensan lo que dicen y nunca dicen lo que piensan. Pecan por callar y aguantar el chaparrón, como si llevasen un corsé que las dejase sin aliento y sin respiración. Viven preocupadas por discernir y distinguir lo que es bueno y lo que es malo para seguirlo o huir de ello. Como dirían los más pequeños: marcan lo que es correcto y lo que es incorrecto. Cohibidas por el “qué dirán”, nunca se sueltan la melena del todo. Tienen demasiado en cuenta la apariencia y no dejan que se invada su territorio tan fácilmente. Cautas hasta límites insospechados, se mueven más en la oscuridad, en las sombras, que en la luz: maquinando su futura hazaña; reptando, cual serpiente, para lograr su próximo objetivo; esperando el momento idóneo para dar el golpe…Si bien parece que el balcón es su hábitat (ya que pueden resultar muy presumidas), es el patio trasero donde se manifiestan en su máximo esplendor. Lejos de los ojos vigilantes de otras personas, ya no están expuestas a ningún juicio por parte de nadie y pueden desfogarse siendo ellas mismas.

Esa supuesta templanza, que las caracteriza, supone que se oculten, que no salgan de sus límites, que no destaquen. Su pensamiento es tan moderado que las neutraliza como un muro que no deja que el agua lo atraviese. Ni el amor, sentimiento que permite que salgan los instintos más básicos de los humanos, puede hacer que aparezca una mancha en sus currículos. ¡Dónde queda la pasión y rebeldía de aquellos jóvenes enamorados que se escapaban, al caer el sol, para vivir su prohibido romance en la profundidad e intimidad que les otorgaban los bosques! 

¿Y quién ha decidido que sean así? La naturaleza, constantemente, nos da lecciones: si hay luz, hay oscuridad; si hay tierra, también hay mar; si hay sol, también hay lluvia…Es decir, en la humanidad, como en todo, tiene que haber un equilibrio. Si la esencia del hombre es ser impulsivo, la de la mujer será todo lo contrario.
Sin embargo, pese a la naturaleza y pese a que ya no existen ni “Romeos” ni “Julietas”, deberíamos dejarnos llevar prudentemente; puesto que, cuando lo hemos hecho, hemos alcanzado cosas maravillosas. 

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