Las mujeres, siempre tan
prudentes en todos los aspectos. Aunque es una de las virtudes
cardinales, en las féminas se puede convertir, rápidamente, en un
vicio. Como dirían los más mayores: ellas piensan lo que dicen y
nunca dicen lo que piensan. Pecan por callar y aguantar el chaparrón,
como si llevasen un corsé que las dejase sin aliento y sin
respiración. Viven preocupadas por discernir y distinguir lo que es
bueno y lo que es malo para seguirlo o huir de ello. Como dirían los
más pequeños: marcan lo que es correcto y lo que es incorrecto.
Cohibidas por el “qué dirán”, nunca se sueltan la melena del
todo. Tienen demasiado en cuenta la apariencia y no dejan que se
invada su territorio tan fácilmente. Cautas hasta límites
insospechados, se mueven más en la oscuridad, en las sombras, que en
la luz: maquinando su futura hazaña; reptando, cual serpiente, para
lograr su próximo objetivo; esperando el momento idóneo para dar el
golpe…Si bien parece que el balcón es su hábitat (ya que pueden
resultar muy presumidas), es el patio trasero donde se manifiestan en
su máximo esplendor. Lejos de los ojos vigilantes de otras personas,
ya no están expuestas a ningún juicio por parte de nadie y pueden
desfogarse siendo ellas mismas.
Esa supuesta templanza,
que las caracteriza, supone que se oculten, que no salgan de sus
límites, que no destaquen. Su pensamiento es tan moderado que las
neutraliza como un muro que no deja que el agua lo atraviese. Ni el
amor, sentimiento que permite que salgan los instintos más básicos
de los humanos, puede hacer que aparezca una mancha en sus
currículos. ¡Dónde queda la pasión y rebeldía de aquellos
jóvenes enamorados que se escapaban, al caer el sol, para vivir su
prohibido romance en la profundidad e intimidad que les otorgaban los
bosques!
¿Y quién ha decidido que sean así? La naturaleza,
constantemente, nos da lecciones: si hay luz, hay oscuridad; si hay
tierra, también hay mar; si hay sol, también hay lluvia…Es decir,
en la humanidad, como en todo, tiene que haber un equilibrio. Si la
esencia del hombre es ser impulsivo, la de la mujer será todo lo
contrario.
Sin embargo, pese a la naturaleza y pese a que ya no existen ni “Romeos” ni “Julietas”,
deberíamos dejarnos llevar prudentemente; puesto que, cuando lo
hemos hecho, hemos alcanzado cosas maravillosas.
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